Cosecha de colores

agosto 21, 2020

Conservación Internacional Perú ha estado trabajando con el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (SERNANP) para prevenir la deforestación del bosque protegido Alto Mayo (Región San Martín). Se han firmado acuerdos de conservación con las familias que viven dentro del área protegida para garantizar que no reduzcan el bosque a cambio de asesoramiento técnico y comercial. Se les enseña cómo implementar buenas prácticas y acciones de conservación que contribuya a su bienestar, así como al del bosque. Desde entonces se han firmado más de 1000, y si bien los resultados de hecho han reducido la tasa de deforestación, su impacto ha trascendido y cambiado la vida y visión de desarrollo de estas familias. 

Zoila Álvarez describe su vida en el Bosque de Protección Alto Mayo y cómo ha cambiado desde que firmó un acuerdo de conservación.

©Daniela Amico

Entre orquídeas y hortalizas

Yo vivía en Chachapoyas, Amazonas. Mi familia sembraba maíz y un año hubo una sequía tremenda y nos quedamos sin nada. Entonces decidimos migrar. Por intermedio de un familiar, mi mamá y mis hermanos llegamos acá. Lo que más recuerdo era la cantidad de animales, aves, insectos que se veía en esa época. Había muchas montañitas alrededor que poco a poco se fueron poblando. Ya llevo 35 años en el bosque del Alto Mayo.

El pan en la mesa

Todo el tiempo hemos tenido café. Cuando escuchamos que esto era un Área Natural Protegida, también empezamos a escuchar que nos iban a botar. Entonces, cuando el ingeniero José me pidió que lo apoyemos en reunir a la gente para hablar de los Acuerdos de Conservación, nadie quería acudir.

En realidad, él quería trabajar con la gente que vivía dentro del bosque, pero yo le decía que empiece con nosotros. Éramos poquitos, pero con el tiempo aumentamos. Ellos que llegan acá y llega la roya también, así que los que estaban en contra de los Acuerdos de Conservación les echaron la culpa de que habían traído la enfermedad.

Pero nosotros sabíamos que no era así. Lo que más me impactó en un primer momento era que teníamos todo el tiempo a los técnicos con nosotros. Los ingenieros vinieron hasta nuestras chacras, nos ofrecieron 1,500 semillas y nos enseñaron a trabajar. Nosotros éramos muy desordenados. Ahora ya hemos aprendido y sabemos que si no abonamos no vamos a cosechar. Incluso ahora, cuando no hay peones para la cosecha ellos nos ayudan.

Después del café vino el apoyo con el vivero y luego el biohuerto. Yo tengo uno aquí en mi casa y otro en la chacra.

Nadie tiene comprada la vida de su esposo y como caficultores sabemos que el día que ellos se mueran nos quedamos sin nada. Tengo una hija a la que le gustan mucho las orquídeas. Como parte de los Acuerdos de Conservación nos apoyaron en hacer un orquideario, aunque allí el que se comprometió fue mi hijo. Él trae las orquídeas de la chacra, nosotros buscamos la mullaca y las cultivamos, es decir, estamos incluidos todos en la familia, aunque en época de cosecha del café lo descuidamos un poco porque nos faltan manos.

 

© Renato Ghilardi

Nuestra idea es que más adelante nos visiten turistas y tener ingresos por las orquídeas.

Ya hay gente que viene a verlas, poco a poco. Sabemos que hay que tener paciencia, todo lo que es ecoturismo es así. También hemos pensado en hacer caminatas a las montañas, pues allí hay gallitos de las rocas, ronsocos y otros animales.

Con el tiempo nuestros conocidos han visto cómo los de BPAM nos apoyan, no solo dándonos herramientas, sino también en las cosas que aprendemos, así que más gente se ha animado a suscribir los acuerdos. Les puedo decir con sinceridad que he mejorado mis ingresos. Mi familia está en la cooperativa y, por decirle, si yo vendo a 430 soles un quintal, aunque un particular me quiera pagar algo más, me resulta mejor la cooperativa  porque cada fin de año me dan mi reintegro, 50 o 60 soles por quintal, eso ya depende de lo que la cooperativa venda. El año pasado entregamos 10 quintales, ahora nos han dicho que pongamos 25.

Con la pitahaya también pongo el pan en la mesa. Al principio tenía solo 10 frutitos. Cuando vi que tenía buen precio, les compré a las señoras de aquí y fui a vender los frutos hasta Moyobamba. Ahora tengo varias plantas nuevas y una vez que empiecen a dar nadie me para hasta Lima. Cuando mi hijo me ve así me dice: “Tú nos das las ganas de trabajar, nos alientas, eso es lo que vale”.

Mis hijos quieren ayudarme en la huerta, pero yo les digo que ahí no me ayuda nadie, ese lugar es para mí. De ahí saco mis tomates orgánicos, mi lechuga, mi cebolla china que los restaurantes de la zona compran y se acaba rapidito, aunque mi técnico me aconseja que no lo venda por kilo, sino que salga a la calle y lo venda por puñaditos porque se gana más.

Mi idea de la conservación es mis nietos puedan ver lo que ahora se ve aquí, y que también puedan vivir de la naturaleza. Los árboles juntan el agua y cogen el carbono, es un bien para nosotros que estamos cerca de la carretera. Ojalá que la gente de adentro del bosque y todos en general tengan más conciencia.