EL VÍNCULO ENTRE LA MUJER Y EL BOSQUE: Uziela Achayap

octubre 4, 2025

Uziela es socia de la Asociación Bosque de las Nuwas. Su trabajo en el Bosque de las Nuwas le ha permitido reconciliarse con su herencia y ayudar a toda una nueva generación de mujeres awajún a revalorar sus tradiciones.

 

 

Soy de la comunidad nativa Shampuyacu y para mí ha sido complicado valorar mi cultura, mi traje, mi canto, mi bebida, mi comida. Cuando tenía 14 o 15 años y estaba estudiando en el centro poblado de Naranjillo, sufrimos bastante discriminación. Hace tiempo, la discriminación era fuerte contra los awajún.

Por eso, cuando tuve a mi hija no quería que ella tuviera esas costumbres. Entonces, yo al comienzo le enseñaba las costumbres de los mestizos, como nosotros decimos.

Yo no quería replicar lo que mis padres me enseñaron: las plantas, los árboles, qué variedades de árboles hay, qué frutales, la pesca, los cultivos de la chacra. Además, quería que mi hija domine bien el castellano, que no aprenda awajún. Mi sueño era salir de la comunidad, irme lejos, tener otra costumbre, que mis hijos tengan otra costumbre, que sean profesionales de otra manera.

Mi hija no sabía qué idioma es el awajún, no lo podía hablar. Hablaba con mi mamá y mi papá en castellano.

Mi papá le respondía en awajún. Él me decía: “¿Por qué le estás enseñando así? No le hagas perder nuestra costumbre, nuestro idioma”. Pero a mí me parecían tonteras.

Entonces, no la matriculé acá en la comunidad, sino en el centro poblado de Naranjillo, mientras yo también estudiaba Computación en un instituto.

Yo no quería saber nada del masato. Del traje, menos. No quería tener uno. Hasta que Conservación Internacional llegó en 2013 y estaba capacitando a las madrecitas.

En un terreno empezaron a sembrar y recuperar las plantas medicinales y también las costumbres ancestrales: comidas típicas, danzas, idioma, todo. En ese tiempo, ellos estaban poniendo el punche para que los jóvenes asuman la responsabilidad. Un día, la ingeniera Norith López me invitó a capacitarme.

 

Un cambio inesperado

Era un sábado y llegué a una capacitación con mi hija. Ahí vi la manera como ellos lo manejaban. Preguntaban a los mayores qué plantas conocen y ellos decían nombres, hacían un mapa mental, preguntaban qué contiene, qué variedades de yuca, y así de diferentes cultivos.

Pero yo no sabía, porque no le había prestado atención a mi mamá cuando quería enseñarme. Ahí me puse a pensar qué va a ser de nosotros cuando los mayores se vayan de este mundo y toda esa información no esté anotada. Además, había una niña que hablaba bonito en idioma awajún. Y yo le decía a mi hijita que vea.

La siguiente vez que me invitaron, me fui al Bosque de las Nuwas y eso marcó la diferencia. Me encantó el centro turístico que habían construido. Quería aprender lo qué hacían, cómo hacían los guiados, qué es turismo, las artesanías, cómo cuidan los cultivos, todo eso que les permitía ganar plata. Yo miraba todo. Además, mi sueño era viajar y conocer el mundo, y la ONG llevaba a las nuwas a otros lugares para que puedan capacitarse. Fue ahí que la ingeniera me dijo: “Uziela, tú tienes que estar acá. ¿Por qué no ingresas en el Bosque de las Nuwas? No hay mujeres jóvenes que puedan apoyar”.

Me fui a preguntar a la presidenta qué requisitos necesitaba para entrar. Y me dijo que solo había que tener la indumentaria completa: “Si tú tienes indumentaria completa y no faltas cuando hay capacitación, faena, participas, te incluimos”. Entonces, yo me hice mi indumentaria con ayuda de mi mamá y empecé a aprender. Pero no entré.

Primero querían asegurarse de que me vaya a quedar. Un día, al fin me dijeron que estaba lista para recibir turistas; me puse mi vestimenta y así fue como entré. Ya tenía mi hijo también, pero él era muy chico. A mi hija sí la trasladé acá en la primaria y le hice su traje. Mi hija salía a exponer en awajún, hacía las danzas, salía y yo me sentía orgullosa. Sentía que estaba logrando algo para mis hijos. Y lo que yo soñaba, de irme a la ciudad, lo dejé.

Así me fui involucrando e involucrando. Como vicepresidenta, me tocó enfrentarme al machismo, a muchas nos pasa. Los hombres decían que nos creíamos las creadoras del bosque, que no reconocíamos su derecho a talar los árboles para sacar ese cogollo de chonta.

Entonces, nosotras estábamos defendiendo el bosque y ellos destruyendo. No nos querían oír, no querían vernos independientes, pero nosotras seguimos.

Han pasado seis años y ahora ya sé hacerme escuchar, ya sé que tengo los mismos derechos y que no hay que tener vergüenza de hablar en público. He visitado Canadá con traje típico, anduve en México con mi traje, estuve en Lima modelando con mi traje y hablando de pie. Ya no tengo miedo. Ahora, cuando me piden que vista mi vestimenta, yo digo sí, con orgullo.